Al anochecer las luces de Jemaa el Fna se confundían con las brasas por Eduardo Lliteras Sentíes
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Al anochecer
las luces de Jemaa el Fna se confundían con las brasas y la multitud de olores
que se elevaban hacia el cielo de África. La muchedumbre se agolpaba alrededor
de los narradores de historias y los encantadores de serpientes.
Degusté un
kebab tan extraño como tapizado de salsas y sabores todavía con el polvo del
desierto pegado al turbante color índigo de los tuaregs que portaba en la
cabeza. Los perfumes de los azares, aliento del poderoso Atlas, tierra de
Bereberes, latía en mis pulmones.
Llevaba en
los bolsillos algunos dátiles y unas bolsas de papel llenas de aceitunas
rojizas compradas en el zoco de la medina, las que saboree mientras merodeaba
en las callejuelas de ese laberinto medieval en el que el tiempo se detuvo con
sus colores y hedores penetrantes de las curtidurías.
Supe de
Loubna Abidar mucho tiempo después. Ella es de Marrakech como Jemaa el Fna y su
medina laberíntica de puertas diminutas y estrechas como las abigarradas letras
de los libros de religión. Nació en las calles terrosas de Marraquech, entre
sus muros ocres y terracota.
Así como la
medina, sus tintes estancados en piscinas, asnos y aguas negras tienen siglos
con los mismos tonos color sangre y fetidez, la violencia masculina tiene
cebándose con las mujeres desde hace siglos, incubada bajo el manto de las chilabas
y la brutalidad de las fatwas.
Loubna tuvo
que huir de su natal Marrakech para salvar la vida, tras sufrir una bestial
agresión que le dejó marcas en el alma y en el rostro, como la prostituta que
interpretó para Much Loved, película premiada en 2015 en el Festival
Internacional de Cine de Gijón por mostrar un lado oscuro y bien oculto de
Marruecos, la prostitución femenina y la violencia que se ceba en las mujeres
que la practican.
Loubna fue
agredida tras meses de amenazas a través de redes sociales por personas que ni
siquiera habían visto la película, la misma policía de Casablanca se encargó de
agredirla y negarle atención médica. Tras la agresión, Loubna huyó a Francia,
con todo y su personaje, de nombre Noha, una de las prostitutas a las que el
director Nabil Ayouch dio voz en Much Loved.
Hace algunas
semanas Loubna intercambió algunos breves mensajes conmigo a través de su
cuenta de Twitter y le dije que escribiría sobre su historia, en la que la
censura del gobierno marroquí (que prohibió la película) se suma a la extrema
violencia machista y religiosa que aflige al Sahel y que no cesa de escalar,
convirtiendo la vida en una auténtica pesadilla.
Loubna
primero padeció los insultos, el linchamiento en las redes sociales. Después
tuvo lugar una manifestación de buenas consciencias islámicas a las puertas del
Parlamento. Y por último, el gobierno decidió prohibir la película, con el
argumento de que \\\\\\\'Much Loved\\\\\\\' es un “atentado flagrante contra la imagen de
Marruecos” y un “grave ultraje a los valores morales y a la mujer marroquí”.
El caso de
Loubna no es el único, obviamente. Ella tuvo suerte de salir con vida, en éste
mundo en el que la violencia hacia las mujeres, los feminicidios, apenas ocupan
ocasionalmente las páginas de las secciones de nota roja con un exhibicionismo
vejatorio que vuelve a violentar a las víctimas, como sucede en nuestro patio.
Precisamente
medios europeos mencionaban apenas ayer el caso de la paquistaní Qandeel
Baloch, una hermosa mujer de inmensos ojos azules como las aguas del Indo que
irrigan el Punjab en el que nació en un barrio pobre de la ciudad de Dera Ghazi
Khan, cuyas calles se agrupan en tétricos “bloques” grises en una zona
montañosa de Pakistán. Qandeel, había viajado y vivido en Europa y Sudáfrica, y
a sus escasos 23 años se le ocurrió desafiar a los cerebros medievales de los
hombres de su región y país.
Activa en
redes sociales, en Facebook, había recibido amenazas por parte de religiosos
pakistaníes, pero murió a manos de su propio hermano, quien la estranguló por
no acatar la orden de dejar de publicar fotos que consideraban provocantes (por
vestirse a la usanza occidental, por ejemplo, o por no cubrirse la cabeza con
el hiyab o con el burka).
Se trató de
un “delito de honor”, señalaron las autoridades tras detener al hermano, como
le llaman en Pakistán a las ejecuciones de mujeres llevadas a cabo por
familiares, hermanos, padres enfurecidos, porque alguna mujer de la casa ha
sufrido alguna afrenta, violación o se le ocurre vivir o decir algo que no está
permitido a su sexo en un mundo controlado por la violencia masculina bendecida
por la religión y sus malos intérpretes.
Son dos
historias, en un mar de historias, parafraseando a Cristina Pacheco. Dos
historias que no nos son ajenas en éste nuestro país sembrado de cadáveres
femeninos y de historias truncadas y ocultas cubiertas por la tierra de las
fosas comunes o de los nombres que no se saben de los miles y miles de
desaparecidos a lo largo y ancho de la geografía mexicana.
Dos
historias, entre un mar de historias, en un mundo cada día más violento, en
guerra dicen ya en Europa y Estados Unidos, aquéllos que siembran odios y
cosechan tempestades.