Fue hecha jirones por los cristianos de Alejandría, y los pedazos de su cuerpo destrozado fueron arrojados, esparcidos, por la ciudad, narra Hesiquio de Mileto sobre el brutal asesinato de Hipatia, mujer legendaria por su inteligencia, belleza y desafío al dogmatismo y sectarismo cristiano en ascenso en su época, lo que le costó la vida.
Según algunas fuentes históricas, nacida en el 370 después de Cristo en Alejandría, Egipto, Hipatia y su padre Teón, matemático y astrónomo griego, sufrieron uno de los últimos golpes contra el saber antiguo perpetrado en nombre del cristianismo con la destrucción del Serapeo y la biblioteca que albergaba, donde se refugiaban muchos de los tesoros literarios que habían sobrevivido a la destrucción de la Biblioteca de Alejandría por Julio César y sus tropas en el 47 antes de Cristo, durante la batalla por el trono de Egipto con Ptolomeo, según algunas narraciones históricas.
Hordas de zelotes empujados por el fanatismo y amparados en los decretos del emperador Teodosio, quien convirtió al cristianismo en religión de Estado, arrasaron con las estatuas que adornaban el legendario templo del Serapeo, y prendieron fuego a los tesoros que albergaba. Entre éstos, una biblioteca menor, pero no por ello menos importante, que la que se perdió con el incendio de las tropas de César.
Era sólo el inicio del fin del saber pagano que antecedió a la brutal muerte de Hipatia, mujer deslumbrante en numerosos aspectos y descrita por Suidas (lexicógrafo griego del siglo X) como “elocuente y dialéctica en su hablar, ponderada y plena de sentido cívico en el actuar”. Mujer que toda la ciudad de Alejandría veneraba y le rendía homenaje, empezando por los jefes políticos que eran enviados a administrar la ciudad, los que acudían primero con ella a su casa para escucharla, a pesar de que el paganismo había sido aniquilado, por ser considerada todavía grande y venerable a quienes tenían los más importantes cargos de Alejandría.
Con la elección el 17 de octubre de 412 de Cirilo como obispo de Alejandría se anticipó la continuación de la política de destrucción e intolerancia del obispo Teófilo, su antecesor.
Según el extraordinario libro de Silvia Ronchey (“Ipazia, la vera storia”, “Hipatia, la verdadera historia”, Mondadori, 2018, Milán, en el que nos basamos para el presente texto entre otras fuentes) el momento del asalto de grupos cristianos al hogar de Hipatia tuvo lugar de forma sorpresiva, cuando una turba de hombres irrumpió en su hogar cuadro regresaba de una de sus famosas apariciones públicas.
“La hija de Teón fue tirada de la carroza y arrastrada”, narra Sócrates Escolástico, “a la iglesia que tiene el nombre del césar emperador, es decir, del Cesáreo, recientemente transformado en iglesia cristiana. Allí, sin importarles la venganza de los dioses y la de los humanos estos desafortunados (cristianos) masacraron a la filósofa” (página 58).
En la detallada investigación de Silvia Ronchey, profesora de filología clásica y de civilización bizantina en la Universidad de Roma Tres, quien narra las fuentes históricas que anteceden a la creación de la leyenda de Hipatia en los siglos posteriores, se afirma que a la filósofa alejandrina, mientras aún respiraba -tras arrastrarla al templo-, “le sacaron los ojos”.
Después, como añade Sócrates Escolástico, le arrancaron sus vestidos, la masacraron utilizando pedazos de cantos afilados y la hicieron pedazos, es decir, la desollaron. Posteriormente, sus restos transportados al llamado Cinarón, fueron quemados (página 59).
El asesinato de Hipatia, dice el texto de Silvia Ronchey basado en fuentes históricas, a fin de cuentas no fue un asesinato fruto de un amorfo grupo de fanáticos, sino un feminicidio directamente dirigido por el obispo Cirilo, quien en Alejandría dominaba a la Iglesia y a la plaza, es decir, las calles de la ciudad portuaria.
Otros extractos históricos afirman que Hipatia fue hecha pedazos por los cristianos alejandrinos, y su cuerpo violentado y destrozado, por la envidia de su extraordinaria sabiduría, pero sobre todo por la hostilidad hacia su saber astronómico (página 60).
Dice Silvia Ronchey, que el rostro real de Hipatia –si fue de cabellos oscuros y de piel bronceada como una verdadera egipcia o rubia y clara como algunas griegas- quedará envuelto en el misterio. Pero su ícono debe ser restaurado con la máxima atención, porque es esencial para nuestro tiempo, deformarla lo menos posible (página 186).
Hasta donde entendemos, fue asesinada, no sólo por el odio a su inteligencia, a su belleza, por la envidia a su saber astronómico, sino por ser uno de los últimos actores y referentes con legitimidad política del mundo antiguo y pagano que el cristianismo había barrido en el Mediterráneo. Con Hipatia murió su último faro que, como el mítico faro de Alejandría, iluminó por siglos a los navegantes y los saberes de generaciones de hombres en el mare nostrum.