Redacción / *Coordinador de incidencia de Oxfam.- Los desastres naturales no existen. Existen los desastres, pero llamarles “naturales” es solo una forma de eludir la responsabilidad humana en la tragedia. Si un río crece cada año en la temporada de lluvias y se desborda arrasando todo a su paso ¿la naturaleza es la culpable o son las autoridades que no tomaron las medidas de prevención adecuadas? Si un edificio se cae después de un terremoto en una zona sísmica ¿la naturaleza es responsable o más bien fue la constructora y el gobierno que entregó los permisos de construcción? De la misma forma, si todos los días surgen nuevos virus que podrían generar una pandemia global ¿los daños que provoque son “naturales” o producto de malas decisiones y negligencia colectiva? Los desastres naturales no existen, todo desastre es responsabilidad humana.
Hoy, en México, no vivimos un desastre —y esperemos no llegar ahí— vivimos una crisis generada por una emergencia.
La distinción importa pues una emergencia es “solo” una situación imprevista que requiere atención, pero una crisis es una situación grave, producto de la falta de preparación, que si se gestiona mal puede generar un desastre. En México, la emergencia por la aparición del COVID-19 se convirtió en una crisis debido a que nuestra estructura económica y los sistemas de salud, seguridad social y cuidados no estaban preparados para una enfermedad con estas características, ni para una pausa en la actividad económica.
Es importante continuar con el esfuerzo de mitigar los daños. Como sociedad, debemos concentrarnos en reducir el número de fallecimientos, conservar los empleos existentes, evitar que la pobreza aumente, etcétera. Sin embargo, en el camino no debemos olvidar que nuestro trabajo es doble: debemos evitar que la crisis desemboque en desastre, pero también tenemos la tarea de prepararnos para las emergencias futuras.
El origen de la crisis no es un virus, es la desigualdad. El virus solo desnudó e intensificó los problemas estructurales que nuestro país sufre desde hace décadas: la mitad de las personas en México no tiene seguridad social; los cuidados dependen del trabajo no remunerado o mal pagado de millones de mujeres; cuatro de cada diez personas tienen un ingreso laboral insuficiente para alimentarse; y 52.4 millones viven en situación de pobreza. Esta realidad es posible porque el modelo económico actual beneficia de forma desproporcionada a las élites. Un dato: las seis personas más ricas de México tienen la misma riqueza que el 50% más pobre. Más aún, esta extrema riqueza fue acumulada gracias a tratos privilegiados con el gobierno: privatización de empresas públicas a precios muy bajos, concesiones con regulación laxa, impuestos sumamente fáciles de evadir, beneficios fiscales, etcétera.
Hoy más que nunca es fundamental replantearnos que país queremos y tomar acción para construirlo. Prevenir las crisis futuras implica construir un sistema de seguridad social universal, un sistema de salud público único y un sistema de cuidados con un rol más activo del gobierno; nada de esto será posible sin eliminar los injustos privilegios de la élite económica. Necesitamos dejar de regalar dinero a los ricos y comenzar a invertirlo en el bienestar de la mayoría.
En el futuro, virus más contagiosos o letales pueden presentarse, pero ninguno es tan peligroso como el parásito de la desigualdad extrema que hoy vivimos.