Enfermarse de cualquier cosa, en éstos días de pandemia de COVID-19, es doblemente riesgoso. Clínicas privadas que cobran más caro, por aquello de que hay que ponerse trajes, mascarillas y desinfectar todas las áreas ante el temor de que el paciente sea portador del coronavirus, que ha desatado el pandemónium en nuestras sociedades soberbias y evidenciadas sumamente frágiles.
Todo el sistema de salud, público y privado, se encuentra bajo sitio por el COVID-19, por lo que tener una crisis de salud en éstos días, de pico de la pandemia, puede significar morirse o caer en un abismo que en un día de la normalidad perdida –para siempre- no habría sido grave.
Hospitales públicos y clínicas privadas están barricados tras rejas, escritorios y geles antibacteriales como las abarroteras de la colonia, con una cartulina que advierte: “no acercarse”.
Y claro, en los momentos de crisis, es cuando surge el mítico maelstrom o remolino que todo lo succiona. La paz, la salud, los pocos ahorros reunidos con muchos esfuerzos para poder afrontar los gastos en un país cuyo sistema de salud (público y privado) excluye a la mayoría de los mexicanos por no contar con los recursos, tener un seguro o estar asegurado.
Éste es un tema poco debatido entre el lanzamiento de proyectiles diario de la lucha política, del que no se excluyen los cadáveres de las personas lamentablemente fallecidas por COVID-19, convertidas en cifras para demostrar el fracaso de un gobierno, ya que en la lucha por el poder todo se vale, como en los sitios medievales y tomas sangrientas de ciudades, en los que no era raro utilizar a los enfermos o muertos como bombas bacteriológicas al ser lanzados con catapultas contra el enemigo.
Eso sí, lejos de los reflectores languidecen, mueren, quienes no tienen el coronavirus pero son sus víctimas colaterales, por la carencia de atención médica, ahora sitiada por la emergencia y encarecida por los nuevos insumos hospitalarios.
Mientras tanto, la paranoia ha hecho presa de muchos, por el terror de contagiarse de la nueva lepra o peste negra, del siglo XXI. Lo mismo en los pasillos de los hospitales que en las calles de las ciudades, la desconfianza priva hacia el otro, sospechoso de ser portador del coronavirus, de ser un falso negativo o una bomba infecciosa a punto de estallar. La irracionalidad hace estragos, mientras enfermeras y médicos se convierten en buzos, cubiertos de pies a cabeza con monos, lentes y guantes, durante la inversión en el océano de la nueva plaga.
Curiosamente en enero del presente año había empezado a leer un libro que tenía mi padre entre su abultada colección: Inferno, de Dan Brown, un colorido best seller cuyo personaje estelar, Robert Langdon, da la caza a la amenaza de una pandemia al servicio de la OMS (hoy puesta en la picota por su gestión del coronavirus) entre las calles, museos y mensajes secretos sembrados en Florencia y Venecia por algunos de los más grandes genios del Renacimiento.
Lo que está sucediendo en éstos días con las acusaciones por la mala gestión de la pandemia y el origen del coronavirus –natural o desarrollado en laboratorio- rebasa con mucho a la ficción de Brown.
Por ejemplo, en días pasados fue asesinado en su hogar el investigador Bing Liu, de la University of Pittsburgh. Su presunto asesino, apareció suicidado en un auto, posteriormente.
“Bing [Liu] estuvo a punto de hacer hallazgos muy significativos para comprender los mecanismos celulares que subyacen a la infección por SARS-CoV-2 y la base celular de las siguientes complicaciones” que provoca la enfermedad, dicen medios estadounidenses, mientras la escalada entre Pekín y Washington sube de tono peligrosamente entre el cruce de acusaciones por el origen de la nueva peste.
Entre el maremagno de noticias, ayer causó clamor internacional un discurso de la diputada Sara Cunial quien acusó al multimillonario Bill Gates de “genocida” por “estar detrás de una iniciativa para reducir la población mundial de manera criminal”. Como se sabe, Gates está entre los principales financiadores de la OMS, institución que el presidente Donald Trump señala de estar al servicio de Pekín, acusándola de complicidad, y en la carambola, de ser responsable de los casi 100 mil muertos por COVID-19 en Estados Unidos. Claro, todo en vistas de las próximas elecciones.