“Declaramos que Estados Unidos de América es la nación más justa y excepcional que jamás haya existido en la Tierra”. Esta declaración, para nada nueva, del presidente Donald Trump lanzada en el monte Rushmore el viernes por la noche, frente a los rostros esculpidos en la roca -en tamaño hercúleo- de los héroes nacionales George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Theodore Roosevelt, es el punto de partida desde el cual el líder de la Casa Blanca ve a México. Poco menos que como un “shit hole” (agujero de mierda) al que hay que tapar con un muro, porque no se le ocurre hacer otra cosa con los más de 3 mil kilómetros de frontera, con tal de alimentar el histórico aislacionismo de una parte del electorado estadounidense.
Para algunos éstas palabras llamarán a la hipócrita rasgadura de vestiduras.
Pero en éstos momentos, en que el presidente Andrés Manuel López Obrador camina en la capital del imperio, de la potencia militar del planeta, se corre el riesgo de perderse en el desenfrenado griterío de seguidores y detractores del Ejecutivo mexicano.
Líder de una nación debilitada, sistemática y deliberadamente, a lo largo de los sexenios post revolucionarios –salvo el accidente histórico del presidente Lázaro Cárdenas- el presidente AMLO se enfrentará a una muy compleja realidad: la necesidad de alimentar al “comerciante de la ira”, como llaman algunos medios a Trump, para mantener a flote a la nación empobrecida y dependiente de los humores del norte, que somos.
El golpe dado por la pandemia del coronavirus exigió al presidente Obrador salir de Palacio Nacional y de sus amadas giras por el territorio nacional. No había de otra. La coyuntura, nacional, y la del vecino del norte, creó la posibilidad de ser recibido en la Casa Blanca por el despectivo Trump, para obtener impulso para la ahogada economía nacional. A cambio, el presidente empresario que quiere reelegirse, presentará la imagen que quiere darle a sus electorales del supremacismo blanco: tengo al presidente de los mexicanos en la palma de mi mano. Y los buenos negocios, que tanto interesan a la familia Trump y a la oligarquía estadounidense, se tejerán tras bambalinas, en la cena con los empresarios que acudirán a la Casa Blanca. Son ellos los que dan el visto bueno a la relación para evitar bloqueos comerciales, atentados o grupos de choque alimentados desde las agencias del Tío Sam.
Ni duda cabe que el momento político en los Estados Unidos es particularmente delicado. La nación “excepcional”, se descubre excepcionalmente dividida, enfrentada, y en camino de un proceso electoral que el presidente Trump no quiere perder. De ninguna manera, ya que necesita un segundo mandato para dejar su indeleble impronta, y la de los sectores ultraconservadores y del sector militar que lo han apoyado y se han beneficiado, hasta ahora.
Como decía, el escritor estadounidense, Gore Vidal, “el mundo está de nuevo en riesgo, mientras nuestros gobernantes bipartidistas siguen sirviendo a aquéllos que realmente los han elegido: la Lockheed Martin- Northrop Grumman, la Boing, la McDonnell Douglas, la General Electric, Mickey Mouse, etcétera” (Las Mentiras del Imperio, Fazi Editore, 2002, Italia).
Esos y otros más, como los que estarán en la cena en la Casa Blanca, por el lado mexicano, son los que definirán los resultados y el rumbo económico en medio de la grave e histórica crisis provocada por el coronavirus: Carlos Slim, Patricia Armendáriz Guerra, Carlos Bremer Gutiérrez, Daniel Chávez Morán, Bernardo Gómez Martínez, Francisco González Sánchez, Carlos Hank González, Miguel Rincón Arredondo, Ricardo Salinas Pliego, Marcos Shabot Zonana, entre otros.
Como señalan algunos, Donald Trump es un comerciante de ira, un traficante de quejas que encuentra unión con su base política a través de resentimientos compartidos.
El presidente Donald Trump está manejando las tensiones raciales de Estados Unidos como un arma de reelección, denunciando ferozmente el movimiento de justicia racial casi a diario con un lenguaje que aviva el resentimiento blanco y con el objetivo de llevar a sus partidarios a las urnas, advierte el Economic Times.
Sin embargo, en el encuentro con AMLO busca, Trump no sólo dar la imagen a sus seguidores ultra de que México hace lo que él quiere y obtiene lo que tanto le interesa: la contención migratoria. Sino enviar un guiño a los seguidores del presidente mexicano, que sabe Trump son muchos en los Estados Unidos, para obtener votos de ellos. Los suficientes para que el demócrata, Joe Biden, no se lleve la mayor parte del voto latino e hispano mexicano, y pueda arrebatarle la Casa Blanca.
Por lo pronto, es claro, que más allá de la retórica de ataques e insultos durante las campañas de ambos líderes, hoy reunidos en la Casa Blanca, hay y ha habido entendimientos, políticos y económicos, que han confluido en la reunión entre los equipos de ambos gobiernos en Washington. El T-Mec es uno de ellos, y las coyunturas políticas, a ambos lados de la frontera, suman a los intereses empresariales que quieren un encuentro no beligerante y sí amistoso. Al menos, para la foto.Que ya es mucho pedir, y obtener, del abusivo Trump.
La realidad se impone, la solidaridad geográfica, y la relación económica entre ambos países, es una realidad que va más allá de la retórica de odio, como los 11 millones de mexicanos que viven y trabajan en los Estados Unidos. Difícilmente, por no decir, imposible, el presidente mexicano obtendrá alguna concesión para los millones de mexicanos que viven y trabajan ilegalmente en los Estados Unidos.