Eduardo Lliteras Sentíes.- Para mi madre caminar por Paseo Montejo era un riesgo. Anciana y frágil, atravesar la avenida, con sus vueltas continuas y conductores kamikazes era como lanzarse al ruedo a ver en qué momento nos embestía algún bruto en una ciudad donde los pasos peatonales, así como los altos, no se respetan. Y menos los peatones y ciclistas.
Atravesábamos como podíamos, cuando veía que los autos venían “lejos” y en más de alguna ocasión terminé a gritos con algún conductor que nos echó el auto encima mientras la arrastraba como podía a toda prisa para que no nos atropellaran.
Mi madre ya no está, le encantaba caminar y lo hizo hasta el último de sus días, eso sí, acompañada por mí y agarrada de mi brazo porque también la acera de Paseo Montejo está muy irregular y llena de hoyos, recovecos y trampas para una persona anciana que fácilmente puede tropezar y romperse sus huesos, cadera, cabeza.
Recién llegado de Italia me hospedé algunas semanas en un hotel en Paseo Montejo, y en aquel entonces el tráfico no tenía nada que ver con la marabunta de autos que hoy hay, ya no sólo en esa avenida, sino por toda la ciudad. Mérida transpiraba sopor, silencio y calma, como una bonita ciudad de “provincia”, nada que ver con los congestionamientos de hoy, el ruido de los taladros perforando el suelo para edificar edificios y fraccionamientos apiñados y las prisas de tantas personas a toda velocidad. La ciudad y su aire, olían diferente, como ha vuelto a ocurrir con la parálisis por el coronavirus, por cierto.
Nos falta educación vial, a los conductores, y mucha, qué duda cabe. En numerosas ocasiones me he preguntado cuándo van a poder cruzar los turistas, perplejos y asustados, Paseo Montejo sin arriesgar el pellejo, por ejemplo. O los residentes ancianos que escogen a Mérida como lugar de retiro, o claro, los meridanos que deben caminar y cruzar sus peligrosos cruceros.
Si Mérida quiere ser meca del turismo -el que quizá algún día regrese si pasa la crisis de la pandemia como se espera, esperemos- pues no puede tener una avenida convertida en un viaducto con conductores lanzados a toda velocidad, circulando a 100 por hora con riesgo de matar a alguien.
La construcción de ciclovías es una revolución que hacía falta. Las quejas o errores que existan, pueden ser subsanados, pero esa idea de quitarla como algunos empresarios habituados a vivir en sus autos lujosos entre su casa y su oficina sin importarles nada ni nadie más, es inaceptable.
Tener convertidas las aceras en estacionamiento, como las que hay en un hotel de un hotelero que ya se quejó de la ciclovía en Paseo Montejo, es no sólo un abuso, sino inaceptable también.
Para que la gente se transporte en bicicleta, hay que darle seguridad, crear condiciones para que utilice la bicicleta. Y lo dice alguien que todos los días circula en bicicleta y que desde que llegué a Mérida la he recorrido de arriba abajo en dos ruedas, observando su transformación, sus cambios vertiginosos, que a muchos nos tienen descontentos, por la violencia del incremento del tráfico y lo que eso conlleva: accidentes, muertes, ruido, contaminación, estrés.
Eso sí, hasta ahora no he visto a quienes han puesto el grito en el cielo por la ciclovía, quejarse por la llegada diaria de madrinas cargadas de vehículos nuevos que terminarán paralizando la ciudad, aunque se pavimenten más calles, se construyan segundos pisos y se les dote de más espacio a los autos; todo será inútil para evitar los congestionamientos, salvo comenzar a invertir en otras opciones de movilidad e ir limitando el espacio a los autos. Y sacándolos de espacios públicos que deben ser recuperados para las personas, para los ciudadanos.
Las ciclovías son un buen comienzo, pero hay que tener transporte público digno de tal nombre, no cabe duda y no se necesitan expertos que vengan a explicárnoslo. Y estamos a varias galaxias de distancia de eso.
Mientras tanto los dueños de concesionarias de autos brincan de felicidad viendo que en Mérida, el sueño de muchos, es tener un auto para poder llegar a su trabajo porque el transporte público además de lento, es una chatarra.
Peor aún. En estos días en que muchos se descubren repentinamente “ecologistas”, inclusive poniéndose un casco y subiéndose a un bicicleta, convertidos en escuderos de las llamadas “energías limpias”, no se escucha el cuestionamiento a la proliferación de SUVs, es decir, a los vehículos más contaminantes que hay. Que ocupan más espacio y que como se ha señalado en la Unión Europea, su producción y venta masiva contrarresta de lejos la introducción de autos eléctricos.
No se debe olvidar que la contaminación de los autos inicia con la obtención de materiales para construir sus partes y después con su producción. Luego con su ciclo de uso para convertirse en una chatarra contaminante tirada en algún lado.
Gigantescas suburbans y pick ups se imponen en la ciudad cuando en numerosas capitales asiáticas y europeas dichos vehículos deben pagar tasas especiales por circular. O simplemente no pueden ingresar al centro de las ciudades.
De tal manera, las ciclovías son un excelente inicio, pero estamos aún muy lejos de ser una ciudad con alguna viabilidad de cara al futuro en materia de movilidad. Se ha dado un primer paso. Era necesario e importante. Deben seguir otros, como frenar la sobre densificación en las comisarías, donde la tala brutal de vegetación -y la muerte de animales silvestres que pierden su hábitat- de lejos rebasa cualquier plan de reforestación. El crecimiento de Mérida amenaza convertirla en una megalópoli irreconocible para los meridanos que aquí nacieron y crecieron. Y en no mucho tiempo.
Cajón de Sastre: Insisto en que la ciclovía a Cholul, en la vieja carretera que conduce a la comisaría, fue lacerada al talarse sus árboles y convertir una parte de la misma en otro carril para los autos, lo que no sucedía con la ciclovía añeja en lo absoluto. Hoy, es peligrosa y la muerte pende sobre sus usuarios, niños, deportistas, familias, ciclistas, debido al incremento del tráfico y la velocidad. Incluida la glorieta de entrada a Cholul.