Por Eduardo Lliteras Sentíes.- En éstos días de frenesí guerrerista y de expertos surgidos de la chistera de las redes sociales, algunos olvidan cómodamente que la intervención militar de Ucrania por parte de Rusia, no es la primera en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial. Sin ir muy lejos -aunque todos esos youtubers que confunden su rostro con la noticia no lo saben- la OTAN bombardeó en 1999 a la entonces todavía existente Yugoslavia, formada por Serbia y Montenegro, durante 78 días, con la justificación de evitar la represión de las fuerzas serbias y el genocidio de los kosovares. Por lo menos murieron 1200 personas por las bombas lanzadas por la OTAN sobre un país no miembro y sus ciudades. También bombardearon la Radio Televisión Serbia, matando a 16 personas. Alemania participó, por vez primera, en una guerra desde la derrota de Hitler, en la que se usaron las venenosas armas de uranio empobrecido. Como las que también usó Estados Unidos en Irak, país que invadió y destruyó matando a más de un millón de iraquíes a lo largo de 20 años, mintiendo ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
El gobierno estadounidense mintió, engañó a la ciudadanía de su país, afirmando que Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva. Pero el único que sí las tenía era la potencia imperial estadounidense. Los estadounidenses masacraron civiles y destruyeron las ciudades de Irak. Pero nadie los detuvo. La OTAN fue cómplice. Los medios corporativos propalaron las mentiras gubernamentales. Los gobiernos de España e Inglaterra, fueron marionetas y cómplices. Hoy, esos países y sus gobiernos, ofrecen armas, soldados, dinero, aplican sanciones a Rusia por el ataque en Ucrania. Son los primeros en aprestarse a inflamar las llamas del conflicto.
El problema es que la Unión Europea, constituida con la premisa de acabar con las guerras que han devastado al suelo europeo desde que se tenga memoria, cedió el lugar a los objetivos de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). Hablamos de una organización militar. Comandada por los Estados Unidos. Y que no ha cesado de expandirse hacia las fronteras de Rusia desde que Mijail Gorbachev, ilusamente creyera en las mentiras en Ronald Reagan y de los gobiernos occidentales, de que la OTAN, no se expandiría hacia el Este.
Por el contrario, la OTAN inició su expansión hacia el Este de forma inmediata en 1999, incorporando a los tres primeros países del antiguo Pacto de Varsovia (formado por el bloque de países del Este bajo control soviético): Polonia, República Checa y Hungría.
Posteriormente, en 2004, la OTAN fagocitó a otros siete países más: Estonia, Letonia, Lituania (que formaran parte de la URSS); Bulgaria, Rumania, Eslovaquia (anteriormente miembros del Pacto de Varsovia); Eslovenia (anteriormente parte de la Federación Yugoslava comandada por Tito).
En 2009, la OTAN incorporó a Albania (una vez también miembro del Pacto de Varsovia) y Croacia (anteriormente parte de la Federación Yugoslava); en 2017, Montenegro (anteriormente parte de Yugoslavia); en 2020 Macedonia del Norte (anteriormente parte de Yugoslavia).
En pocas palabras, en veinte años, la OTAN se ha expandido de 16 a 30 países, llegando hasta las mismas fronteras de Rusia. Y el plan es tragarse a Ucrania, país rico en uranio -para fabricar más bombas- de tierras fértiles que producen granos, con gas y otros minerales que ambicionan las potencias en eterna guerra.
La gloriosa OTAN invadió Afganistán, también a base de mentiras, porque los pilotos de los aviones que se estrellaron con las Torres Gemelas, no fueron afganos ni iraquíes, sino sauditas.
Y 20 años después, con al menos 150.000 personas muertas, entre civiles y militares, de los cuales 60.000 pertenecían a las fuerzas de seguridad de Afganistán -según datos oficiales de Amnistía Internacional-, la valiente OTAN se retiró dejando el lugar a los Talibanes, antes convertidos en el chivo expiatorio para justificar guerras, gastos en armas y presupuestos militares.
Hay otras guerras, olvidadas por los medios occidentales y sus agoreros en las redes. Por ejemplo, se estima que 377.000 yemeníes han muerto en la guerra entre Estados Unidos y Arabia Saudita en su país, y aproximadamente el 70% de las muertes fueron niños menores de 5 años, según un informe completo de la ONU. Pero las ventas de armas a los sauditas no han cesado de crecer, con Trump y con Biden, paladines de la democracia.
Si Rusia inició una intervención militar en Ucrania el 22 del 2 de 2022, ciertamente no fue un evento desconectado de esa realidad armamentista en suelo europeo y en Medio Oriente. Y que ahora incluye a Asia. Forma parte de una escalada militarista, en la que los gruesos presupuestos militares, la inversión en nuevas flotas y armas, en robots de guerra, en nuevos cazas militares, son noticias diarias apenas comentadas por medios especializados y ocasionalmente por los medios corporativos que ahora acusan a Rusia de ser, de nuevo, el imperio del mal, y a Vladimir Putin, de un paria, como lo calificó Joe Biden, quien no tiene ningún interés en que haya paz en Europa, ya que el resultado de la invasión rusa de éstos días se traducirá en un aumento del gasto militar de los miembros de la OTAN, con el beneplácito del Conglomerado Militar Industrial de los Estados Unidos. Y claro, la fractura entre Europa, Alemania y Rusia, es tierra fértil para que Washington mantenga su dominio del Viejo Continente. Sometido a su ajedrez militarista alrededor del mundo.
En el camino, queda la sangre de ciudadanos inocentes, y de la verdad. Primera en ser pisoteada por gobiernos, medios corporativos y redes sociales, como parte de la propaganda de guerra.
Como diría Mercedes Sosa: “Sólo le pido a Dios, que la guerra no me sea indiferente, es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente”. Sobre todo eso, la pobre inocencia de la gente.