Más pronto cae un hablador que un cojo. Y como se preveía, el senador priista (hoy disfrazado de morenista) Jorge Carlos Ramírez Marín, tiró la toalla al primer round, bueno, antes de que sonara la campana y fue corriendo a buscar al ex delegado de Programas Federales, Huacho Díaz Mena, para decirle que se baja de la contienda por la candidatura que nunca estuvo a su alcance, hay que decirlo, salvo para algunos despistados que ya lo veían sentado en el despacho de la calle 61 rodeado de sus edecanes.
Lo del gordito Marín es el blofeo, como todo buen tahúr, andar diciendo que con él gana la 4T, como si fuera el eslabón indispensable de la victoria, y que su ejército está compuesto por más de 400 mil votantes que lo aclaman.
Se sabía, desde hace más de un año, que andaba quedando bien con la 4T para colocarse en el presupuesto del 2025, ya como funcionario federal o como senador de la República, algo que le gusta por las prebendas y la vida de sibarita que proporciona ser tribuno de la República.
Aplaudidor de la refinería de Dos Bocas y con su voto en el Senado a favor de las reformas de la 4T estratégicamente, fue ganándose su nichito ahora con camisa verde, bien sudada.
Falta ver si Ramírez Marín aporta o más bien resta al proyecto morenista en Yucatán, así como la larga cauda de personajes de la farándula prianista que se han colgado de una urgida Claudia Sheinbaum por ampliar el consenso de la 4T ante la percepción de que muchos de los que votaron por Andrés, no lo harán por ella en el 2024.
Su victoria no puede ser de pirro, necesita conquistar mayoría en el congreso de San Lázaro y en el senado de la República para que pasen las reformas que el presidente dejará en el tintero.
Por lo pronto, el gordito Marín sigue ondeando, como su banderita yucateca, en numerosos espectaculares en Mérida, en una muestra de que la ley se la pasa por el arco del triunfo, como siempre hizo el PRI.