Desastre natural en Mérida. Pero también desastre provocado por el hombre. No cabe duda.
En plena noche, en medio de la lluvia torrencial, entre la oscuridad y el miedo, el agua comenzó a subir, a subir y subir dentro de las paredes de sus casas mientras el huracán Delta se abatía sobre Yucatán. Pasó en Chablekal, en Noc Ac, Las Américas, Gran Santa Fe Norte, Cheumán, entre otras poblaciones y fraccionamientos. Entre el pánico y la confusión se comenzaron a subir en mesas y ladrillos los electrodomésticos valiosos: el refrigerador, quien lo tenía, la lavadora. A escapar al segundo piso, si es que existía.
Las calles parecían ríos o lagunas y el cielo no paraba de verter agua. Y siete u ocho días después, todavía para muchos, entrar o salir de casa debe hacerse entre el agua maloliente, que promete dejar el mal olor de la inundación por mucho tiempo, con graves pérdidas patrimoniales que en numerosos casos simplemente es la pérdida de todo lo que se tenía en sus humildes moradas.
Sí, estamos ante un “desastre natural” porque el cambio climático –en el que nuestra generación diaria de gases de invernadero interviene directamente con nuestra matriz de energía fósil- está provocando un número creciente de eventos naturales catastróficos como la presente temporada de huracanes en el Atlántico. La que se había advertido sería muy activa, por encima de la norma, como está sucediendo, por lo que decir que no se nos había advertido, es por lo menos falso.
Sí claro, en la crisis que estamos viviendo en Mérida, entre el pasmo y la furia de muchos nuevos vecinos que compraron casas a crédito a Sadasi y a otras constructoras en el norte de la ciudad, también interviene la falta de áreas verdes que absorban el líquido. Y no hablo de los diminutos parches dejados por las constructoras al ingreso de las casas, con una palmera chueca. Me refiero a parques y jardines inexistentes porque la ambición impone meter al mayor número de familias en el menor espacio posible.
Mérida necesita, un amplio cinturón verde, no uno de concreto, como está sucediendo con la expansión urbana de las ciudades que se le han añadido como los desarrollos en Caucel, donde el asfalto, y la concatenación de casas de cemento, ahogan los horizontes. Movilidad que no sea basada en el auto particular, ya se ha dicho hasta el cansancio.
Ahora comprobamos que el aumento inexorable del aumento del nivel del mar y las tormentas al hilo (Cristóbal, Gamma, Delta) provocan que el manto freático suba y se vacíe lentamente, mucho más que en el pasado, dejando la tierra convertida en un lago.
Estudios serios presentados en los últimos años señalan que partes importantes de la costa de Yucatán serán reclamados por el aumento del nivel del mar. Progreso se cuenta entre los municipios que serán afectados de forma importante por la modificación costera que ya está provocando el cambio climático. También crecerán en consecuencia las zonas inundables.
No cabe duda de que la especulación y la venta de “terrenos de inversión”, hacen agua. El modelo de ciudad, sin drenajes, escaso tratamiento de aguas negras, y fosas, resulta una bomba de tiempo bacteriológica.
La enfermiza ambición de llevar el crecimiento urbano sin freno en dirección a la costa, talando la vegetación y acabando con la fauna, está en crisis.
Las inmobiliarias ahora esperan poder echarle la culpa al fenómeno “natural inédito”, para seguir con sus negocios como si nada hubiera ocurrido, apostando a la desmemoria, al olvido rápido de la publicidad pagada en otros Estados de la República.
Sin embargo, como advierten algunos, lo que nos ocurrió en ésta temporada de huracanes en 2020 se volverá a repetir. Y muy probablemente será cada vez más frecuente. Y peor. Ya que esta vez el huracán nos pasó de lado, barnizando a la capital yucateca mientras se alejaba. No nos pegó de lleno.
De haber sido el impacto directo, la ciudad habría mostrado otras vulnerabilidades y llagas que exigen cambios urgentes en las normativas de construcción como ya anunció el alcalde, Renán Barrera Concha.
Queda claro que Mérida no está preparada para afrontar el cambio climático. El despertar del sueño de la burbuja inmobiliaria nos dará muchos dolores de cabeza, cual cruda después de la tremenda borrachera del crecimiento urbano en el que muchos han llenado sus bolsillos sin importarles nada