Redacción.- El Papa Francisco decidió otorgarle la púpura cardenalicia a Felipe Arizmendi Esquivel, arzobispo emérito de San Cristóbal de Las Casas, aunque por su edad quedará excluido de poder votar en un futuro cónclave para elegir a quien sucederá al Pontífice argentino. El birrete cardenalicio le será entregado en el nuevo consistorio que será celebrado en Roma el próximo 28 de noviembre. Asimismo, recibirá la púrpura otro latinoamericano: el arzobispo de Santiago, Chile, Celestino Aós Braco.
Asimismo, dos de los nuevos cardenales pertenecen a la Curia Romana: son el Secretario del Sínodo de Obispos, el maltés Mario Grech, y el italiano Marcello Semeraro, antiguo Obispo de Albano y nuevo Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
Además, ingresarán al selecto club de los príncipes de la Iglesia seis pastores de Iglesias en el mundo: el arzobispo de Kigali, Rwanda, Antoine Kambanda; el arzobispo de Washington, Estados Unidos., Wilton Gregory; el arzobispo de Capiz, Filipinas, José Fuerte Advincula; el arzobispo de Santiago, Chile, Celestino Aós Braco; el vicario apostólico de Brunei, Cornelius Sim; el arzobispo de Siena, Italia, Augusto Paolo Lojudice. Con ellos el Papa también nombró al actual Custodio del Sagrado Convento de Asís, el Padre Mauro Gambetti.
Y, además de los nueve cardenales menores de ochenta años, el Papa Francisco también entregará el capelo cardenalicio a cuatro nuevos cardenales mayores de ochenta.
Felipe Arizmendi Esquivel, arzobispo emérito de San Cristóbal de Las Casas es uno de ellos, como señalamos. También el nuncio apostólico Silvano Tomasi, antiguo observador permanente en las Naciones Unidas en Ginebra, que trabajaba en el Departamento para el Desarrollo Humano Integral; el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia y el párroco del Divino Amor Don Enrico Feroci.
Los cardenales llevan el color púrpura, lo que indica su voluntad de sacrificar “usque ad sanguinis effusionem”, hasta el derramamiento de sangre, al servicio del Sucesor de Pedro, y aunque residan en las regiones más remotas del mundo se convierten en propietarios de una parroquia en la Ciudad Eterna porque están incardinados en la Iglesia de la que el Papa es obispo.