Eduardo Lliteras Sentíes.- Junto a la lectura de algunos autores rusos como Nicolai Gogol -un clásico su “Almas muertas” y menos conocido su libro intitulado “Roma”- o Aleksandr Pushkin (La hija del capitán, colección de cuentos, etcétera) en mis primeros viajes combiné mi vocación de trotamundos con un libro, “Carta al Greco”, de Niko Kazantzakis, que me regaló un viejo amigo de andanzas de la UNAM, Javier Pérez Saleme.
Nico y Javier son inseparables, como mis recuerdos de las primeras páginas de Zorba el Griego y el día en que me encontré de pie en el muelle de la isla de Kodiak con botas y capote listo para embarcarme en el Midnight Runner con destino el Golfo de Alaska en plena noche, sin fin, invernal.
Lo traigo a colación porque en éstos días han caído en mis manos dos libros de políticos de la cuarta transformación: Marcelo Ebrard y su “El Camino de México”, y el de Rogerio Castro, “Del Pueblo para Yucatán”, presentado en la FIL en días recientes. El del gobernador Mauricio Vila, aún no cae en mis manos, por cierto.
Cuando tuve en frente los libros de Marcelo y Rogerio, de inmediato pensé en Nico y su mezcla de vivencias y datos autobiográficos en Carta al Greco, donde habla de sus orígenes, de su árbol genealógico, en parte pirata, y me imaginé sufriendo la lectura de los libros de hombres políticos que buscan darle solidez a sus aspiraciones políticas con libros en los que relatan sus vivencias a través de cargos y caídas en desgracia, como el caso de Marcelo y su escabullida en París. Pero no fue necesariamente así, por fortuna.
En el caso de Rogerio, claramente nos encontramos aún ante un político y funcionario que está, digamos, en sus inicios, por no decir bisoño, por lo que su libro, en gran medida autobiográfico, narra las dificultades que vivió desde niño y cómo se sobrepuso hasta llegar a ser un exitoso funcionario federal y secretario general del Infonavit.
No deja de ser interesante conocer detalles biográficos de los políticos que nos gobiernan, en parte por morbo, al menos en mi caso, pero por otra porque nos ayudan a comprender mejor al personaje y las entretelas de la politiquería, como diría el clásico, nacional y local.
Nunca he ido a la tumba de Niko en la isla de Creta pero recorrí con él gran parte de Grecia -sin ponerme una piedra en el zapato, eso sí, como él hizo para recordar que la felicidad es finita y somos mortales- o de la ciudad de San Petersburgo a través de los martirizados pasos de Rodión Románovich Raskólnikov y del funcionario que amaneció un día, inopinadamente, sin su presuntuosa nariz.
Es claro que la densidad de vivencias, anécdotas e historia de las más de 300 páginas del libro de Ebrard no pueden compararse, comprensiblemente, con las más de 157 de Rogerio Castro, pero el maestro y mariachi logra atrapar, por momentos, con la ágil lectura de su libro en el que hay detalles interesantes para entender al personaje. Y también la evolución del morenismo en Yucatán.
Se trata del primer libro de Rogerio, en el que el maestro da a entender que seguirá en la política aún por mucho tiempo -siempre que la parca lo permita, se entiende, así como los avatares de la grilla, por supuesto- por lo que estamos ante el germen de algo que él espera se convierta en una gruesa biografía de más de 300 páginas en un futuro aún lejano.
El libro demuestra que estamos ante un maestro que logra explicar con sencillez no sólo algunos momentos clave de su vida -como cuando decidió iniciar su camino en la política o cuando se convirtió en diputado en medio de la ola creciente del movimiento que llevaría a la presidencia a Andrés Manuel López Obrador- sino pasajes de la historia reciente de Yucatán y de Mérida, con pinceladas sobre los cambios políticos en el estado.
Eso sí, el libro, concluido en 2022, nos deja con el sabor de boca de que aún estamos en el antipasto, es decir, en las entradas o botana. Menciona algunos personajes de los llamados fundadores de Morena que hoy parecen más bien esfuminados, sino borrados, de lo que fue el impulso inicial del movimiento que presumía ir contra la corrupción, y que hoy, claramente, nos está dejando a deber, no sólo por los casos descubiertos en la misma 4T -algo que, digamos, es consustancial al poder y al manejo de recursos públicos, e injustificable, claro- sino por la falta de contundencia para combatir lo que se dijo -y dice- es el primer objetivo de la cuarta transformación. Máxime, cuando vemos una oleada de personajes, políticos, trásfugas de última hora, que han pasado a ocupar las primeras filas del morenismo yucateco y peninsular, haciendo a un lado a aquéllos rostros que en un primer momento prometieron cambios a fondo, y que hoy los vemos arrumbados en segundo, o último término, junto con las promesas de combatir la lacra que ha consumido al país.
Pero más allá del destino no explicado en el libro de Rogerio de personajes que fueron el rostro de morenismo yucateco en sus prolegómenos -como Mario Mex, Alpha Tavera o Katia Meave- el texto revela las relaciones del maestro, por ejemplo, con Rolando Zapata, Nerio Torres o Limber Sosa a quienes conoció en casa de su suegra, aunque nunca, dice, se afilió al PRI.
El libro contiene detalles que hablan de la enjundia y las ganas de salir adelante del maestro Rogerio, como la combinación de serenatas y clases en municipios del interior del estado, que hacen preguntarse a qué horas dormía y que muestran las dificultades que la mayoría de los mexicanos deben afrontar a diario para sobrevivir. Sin que esa mayoría tenga la fortuna (y la enorme responsabilidad) de llegar a ser diputado o funcionario federal, claro está.
El libro de Rogerio se cierra con lo que parecería un boceto de proyecto político y con la promesa de que, donde quiera que esté, estará pendiente de su tierra, Yucatán. Lo que deja entrever que aún tendremos la faceta de Rogerio Castro como político, para rato, sin que se le escape alguna serenata y otros libros siguiendo la senda del Peje.