Redacción / Reporte ACNUR (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados).- Isaías* era pescador en un pueblo pequeño en el centro de El Salvador. En los días prósperos, ganaba suficiente dinero para alimentar a su esposa, Isabel, y a sus dos hijos, de tres y nueve años. El resto del tiempo, pasaban hambre.
Por ello, le fue imposible cumplir con la exigencia de una pandilla: debía pagarles miles de dólares (USD) en veinticuatro horas.
“Nos pidieron dinero que no teníamos”, explicó Isabel. “Dijeron que, si no recibían el dinero, nos matarían a mi esposo, a nuestros dos nenes y a mí”, añadió.
Los integrantes de la pandilla le dieron a Isaías hasta las 6:30 p. m. del día siguiente para obtener el dinero. “Le llamaron, y él les dijo que no lo había conseguido. Le dispararon en la calle”, recuerda Isabel.
El día del velorio de Isaías, aparecieron cuatro hombres que Isabel no conocía. Llevaban el rostro cubierto con pasamontañas negros. Clavaron una nota en el ataúd. La nota decía: “Siguen los niños”. Le advirtieron a Isabel que las cosas empeorarían si reportaba el crimen.
“Dijeron que lo matarían si no recibían el dinero… Le dispararon en la calle”.
“Decidí abandonar mi país para salvar la vida de mis hijos”, comentó. Sus vecinos hicieron una pequeña colecta y ayudaron a Isabel en la solicitud de pasaportes para ella y para su hija, Paty. “Conseguí los pasaportes en una semana, y nos fuimos”, dijo. Su hijo sigue en El Salvador, con su abuela.
Isabel cruzó la frontera con Guatemala en autobús para llegar al sur de México. “Gracias a Dios, ya estoy aquí”, comentó la mujer de treintaitrés años poco después de presentar una solicitud de asilo ante las autoridades mexicanas. Luego, se registró con ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, la cual brinda asistencia y orientación en una bodega adaptada, a unos kilómetros de la frontera sur de México.
Las circunstancias de Isabel las enfrentan cada vez más mujeres, niñas, niños y familias enteras que están huyendo de Honduras, Guatemala y El Salvador, países donde la violencia de las pandillas ha obligado a miles de personas a abandonar sus hogares, sobre todo a raíz de la pandemia de COVID-19 y de los desastres naturales.
Aunque el número de llegadas disminuyó en 2020 por la propagación de la COVID-19 en la región, la cantidad de personas que está huyendo del triángulo norte de Centroamérica va en aumento nuevamente. En el primer trimestre de 2021, la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR) registró 22.606 solicitudes de asilo; es decir, casi un tercio más de las solicitudes que se recibieron en el mismo periodo el año anterior. En marzo de 2021 se recibieron 9.076 solicitudes de asilo, el número más alto en un mes.
Roberto, un conductor de taxi, se encuentra entre las personas que han salido de Honduras para salvar sus vidas. Después de recibir amenazas de una pandilla o ‘mara’, Roberto, su esposa Norma y sus cuatro hijos – de ocho a quince años de edad – salieron del país en febrero.
“La pandilla exigía el pago de una extorsión cada semana. Yo no podía cubrirlo. Lo querían de un día para otro”, explicó el hombre de 38 años, mientras abrazaba a Antonio, el mayor de sus hijos, quien tiene parálisis cerebral. “Me dijeron que me matarían si no pagaba”.
“Teníamos que decidir entre pagar la extorsión o comprar alimento, leche, pañales y vitaminas para los niños”.
La amenaza no fue en vano: Roberto menciona que dos de sus compañeros de trabajo ya habían sido asesinados por no haber pagado. Norma, de 36 años, explica que cumplir con la exigencia semanal de la pandilla era cada vez más difícil.
“Teníamos que decidir entre pagar la extorsión o comprar alimento, leche, pañales y vitaminas para los niños”, señaló Norma.
Esa noche, la familia guardó algunas pertenencias en una valija y tomó un autobús a las 6 a. m. del día siguiente para llegar al norte, a la frontera con México. “Dejamos todo lo que teníamos”, lamentó Norma.
La mitad de las personas recién llegadas provienen de Honduras. Dos tercios de las personas que han solicitado protección este año en México provienen de Centroamérica (con inclusión de solicitantes de El Salvador, Guatemala, Nicaragua y Honduras). Cuba, Haití y Venezuela también son países de origen, pero el número de personas que proviene de ellos es mucho menor. Conforme aumentan las cifras, Kristin Riis Halvorsen, jefa de la oficina de ACNUR en Tapachula, señala que un creciente número de familias está solicitando asilo en México.
“En años anteriores, la mayor parte quería atravesar México para solicitar asilo en EE. UU. Ahora, muchas personas (sobre todo, familias) consideran que México es una opción”, indicó.
“Cuando ves familias de hasta tres generaciones, te das cuenta de que la situación en su país no les deja ninguna otra alternativa, salvo abandonarlo. A pesar de los peligros y las dificultades que conlleva ir a otro país, es la única oportunidad que tienen para salvar su vida”.
“A pesar de las dificultades que conlleva ir a otro país, es la única oportunidad que tienen para salvar su vida”.
De continuar los índices actuales, México igualará o superará el número máximo de solicitudes de asilo recibidas en 2019. Para dar respuesta al alza en las cifras, ACNUR ha ayudado a aumentar la capacidad de registro y trámite de casos de la COMAR. Además, ha aumentado el alcance de sus propios programas para ayudar a las personas solicitantes de asilo mientras se evalúan sus solicitudes y para que las personas a quienes ya se les reconoce la condición de refugiado puedan integrarse a las comunidades de acogida.
Después de su primer encuentro con el personal de ACNUR, Isabel fue convocada a una sesión de seguimiento en la que se le explicaron los derechos de los que goza al amparo del derecho internacional. Asimismo, se determinó qué tipo de apoyo requieren ella y su hija: desde albergue hasta atención médica, asesoría jurídica, educación, apoyo financiero y apoyo en su integración.
- Ver también: Una tragedia personal impulsa la lucha de un trabajador social hondureño contra la violencia de las pandillas
Después de solicitar asilo, Roberto, Norma y su familia ahora tienen un cuarto en un albergue con 300 camas que ACNUR construyó recientemente al sur de México. Antonio está recibiendo atención médica, y sus hermanos están tomando clases en la Escuela Sin Fronteras del campamento. Mientras tanto, Roberto empaqueta frutas, lo cual, para él, es un buen comienzo.
Aún se desconoce el lugar en que estas familias podrán reconstruir sus vidas. Sin embargo, Isabel, Roberto y Norma tienen la certeza de que regresar a su país de origen no es viable.
“Asesinaron a mi esposo y me amenazaron”, dijo Isabel, mientras se encontraba en el patio del centro de registro, donde podía sentirse un calor sofocante. “Si me hubiera quedado, me hubieran matado a mí también”.
“Si volvemos”, le dice Roberto a Norma, “te quedarías viuda, y nuestros hijos ya no tendrían padre”.
*Se cambiaron los nombres y otros datos por motivos de protección.