Por Eduardo Lliteras Sentíes.- Joe Biden, con su sonrisa Colgate bajo un cubrebocas, llegó trotando al escenario azul terciopelo con el saco impecablemente abotonado. Allí lo esperaba la vice presidenta electa, Kamala Harris, vestida con un traje sastre blanco que deslumbraba bajo los reflectores montados en Wilmington, Delaware, y bien protegida tras una cortina transparente antibalas.
Joe, ya sin cubrebocas, se dirigió a la nación, a los Estados Unidos, al pueblo estadounidense, y dejó claro que serán dos las principales preocupaciones de su gobierno: restañar la imagen de su país en el mundo, severa y quizá irremediablemente dañada y, sobre todo, curar las heridas del tejido social estadounidense. Heridas abiertas y sangrantes, por la división, el conflicto y la violencia, azuzadas todos los días por el aún presidente Donald Trump y el movimiento político-religioso de extrema derecha, evangelista y racista, que lo sostiene y lo llevó a la Casa Blanca.
Biden, parafraseando a Trump, pero en sentido inverso, dijo que su objetivo será que se respete a los Estados Unidos alrededor del mundo de nuevo. No dijo cómo, pero es de imaginarse que con sus buenos modales, y su hablar y moverse políticamente correcto, buscará que aliados y socios, dejen de ver a los Estados Unidos como un país gobernado por un loco, caprichoso, egoísta presidente –aún en funciones, hay que reiterar- en el que no se podía confiar en lo absoluto.
Esa labor llevará tiempo y Biden deberá invertir mucho de su esfuerzo presidencial en reunirse con los líderes alrededor del mundo para intentar cambiar esa imagen de elefante en cristalería que deja Trump; de abusivo e impulsivo arrogante, presidente de una nación armada hasta los dientes y con un arsenal de armas nucleares renovado.
Ya lo dijo Biden: volveremos a firmar el Tratado de París sobre el cambio climático, el que abandonó Trump, aunque obligue escasamente a los Estados Unidos en materia de calentamiento del planeta, nación que sistemáticamente se ha negado a reconocer su responsabilidad histórica en el cambio climático y a asumir responsabilidades, sea con Demócratas o con Republicanos.
Falta ver qué hará en materia de política exterior: ¿sacará la embajada estadounidense de Jerusalén? ¿Retomará el acuerdo con Irán tirado a la basura por Trump? ¿Qué hará respecto al embargo contra Cuba? ¿Respecto al litio y las maniobras golpistas en Bolivia? En esto temas se verá la realidad de la nueva administración estadounidense, no en las sonrisas y los aplausos de mexicanos en redes sociales.
Tenemos que restaurar el alma de América, afirmó también Biden, en referencia a la gravísima crisis nacional que enfrentan los Estados Unidos, divididos y confrontados, con serio riesgo de una guerra civil, como se ha visto en las calles de esa nación, convertidas en escenario de golpizas, balazos, muertos, insultos, agresiones de todo tipo, todos los días.
No cabe duda que el ambiente de tensión se sintió en el mismo evento, cuando al final de las palabras del presidente electo, Kamala Harris y otros familiares presentes en el palco brincaron del susto, al estallar el confeti de colores lanzado al aire entre el público.
El temor a un acto terrorista casero es evidente, con las milicias paramilitares de los “Proud Boys” en las calles estadounidenses, las que aún se niegan a reconocer a Biden como presidente electo, al igual que Trump.
En ese contexto, la cautela mostrada por el presidente mexicano es acertada, ya que Trump sigue siendo presidente en funciones, y puede, si quiere, tomar alguna represalia contra México y sus intereses, antes de abandonar la Casa Blanca formalmente.
Trump, además de jugar golf, seguirá en la batalla política, no quepa duda, así como sus seguidores. Nadie puede descartar que después de Biden regrese el mismo movimiento que llevó a Trump a la Casa Blanca, pero recargado, inclusive. A ese respecto, México debería dejar de ser una nación tan vulnerable, pero sus líderes entreguistas, así han dejado al país: al pairo de los vientos que soplan del vecino país del norte. Y sin margen de maniobra. O escasamente.
Mientras tanto, como era de esperarse, actores políticos y los analistas de siempre en medios capitalinos, aplaudieron la cargada de líderes europeos a favor de Biden. Del primer ministro canadiense Trudeau y exigieron que el presidente Obrador hiciera lo mismo, poniéndolos de ejemplo
Otros, como Felipe Calderón, presumieron sus fotos abrazados a Baiden, como si eso fuera su tabla de salvación y les confiriera quién sabe qué legitimidad supuestamente democrática.
La realidad es que el señor Biden, y su segunda de abordo, Kamala Harris, estarán al servicio del poder imperial estadounidense, como cualquier presidente y vicepresidente estadounidense. Trabajarán para el conglomerado industrial militar –uno de los principales responsables del calentamiento global- y de sus guerras alrededor del mundo y de los sectores industriales que financiaron su campaña: la industria farmacéutica, energética, militar.
Biden no desmantelará el muro de Trump, ni siquiera ha hecho referencia al tema. Aunque seguramente no será su prioridad seguir con su construcción, un primer gesto de buena voluntad, y de respeto hacia México y su presidente, sería anunciar su cancelación.
La política migratoria de Biden será más políticamente correcta, pero no se acabarán las expulsiones de inmigrantes. Falta ver qué hará con los migrantes obligados a esperar en México, con las caravanas migrantes que atraviesan nuestro territorio, y respecto a los miles y miles de inmigrantes en su territorio que han vivido aterrorizados con Trump. Gestos concretos, no palabras y sonrisas Colgate es lo que se espera. Pero pronto mostrará lo que realmente se esconde tras su sonrisa de buen chico americano, a pesar de sus 77 años de edad, hombre que ha padecido duros golpes en la vida, como la pérdida de su primera esposa en un accidente automovilístico o la muerte de una hija por cáncer.
Por lo pronto, todavía faltan por lo menos dos meses (hasta el 20 de enero) para que Biden pueda asumir la presidencia, si Trump fracasa en sus esfuerzos legales por impugnar la victoria del Demócrata.