Por Eduardo Lliteras Sentíes.- “Con la gente con la que trabajamos y discutimos en la arena internacional, no somos novios, no nos juramos amor y amistad eternos”, respondió el presidente ruso Vladimir Putin a la pregunta que le hizo un presentador de noticias de la cadena estadounidense NBC quien le dijo si era un “asesino”, como lo calificara de forma ambigua el presidente estadounidense, Joe Biden, también durante una entrevista en el mes de marzo pasado pero con la cadena ABC, que le dio la vuelta al mundo.
Posteriormente, Rusia retiró a su embajador de los Estados Unidos al que llamó a “consultas” en un enfriamiento de las relaciones entre ambos países como no se veía desde hace mucho tiempo. Después siguieron otros intercambios de acusaciones, adjetivos y amenazas entre ambos líderes de las dos potencias nucleares. Por lo pronto, los reflectores internacionales están puestos en la cumbre entre el presidente estadounidense Joe Biden y su homólogo ruso Vladimir Putin, quienes se reunirán cara a cara en Suiza el 16 de junio en lo que se espera sea un duro careo de resultados aún inciertos, aunque la esperanza es que ayude a aminorar las tensiones existentes, resultado que se ve complicado debido a la beligerancia estadounidense, no sólo hacia Moscú, sino hacia Pekín, en el intento por mantener el dominio y liderazgo de los Estados Unidos en el siglo XXI.
La irónica respuesta de Putin al conductor de noticias de la estadounidense NBC que mencionamos al inicio del artículo va mucho más allá de la mofa al mismo presentador -marioneta del gobierno de su país-. Con agudeza advierte que el mundo de bromitas y sonrisas de dientes afilados de los líderes del G7 con la reina de Inglaterra, no es un simpático club de Toby. Sino un peligroso grupo de líderes dispuestos a declarar guerras e invadir países cuando los gobiernos en turno les son adversos.
Vivimos en un mundo cruento, donde la ley del más fuerte se impone, y en el que todos los días las tensiones militares son expresión de intereses económicos y geopolíticos que en cualquier momento pueden estallar, barriendo pueblos, aplastando familias, niñas y niños. Arrojando a decenas de miles en la miseria y en la necesidad de convertirse en refugiados que se ahogan en el Mediterráneo o acaban muertos cruzando México para llegar a los Estados Unidos.
Hay que ser muy ingenuos para creer en la caricatura de la amistad y buen vecino del Tío Sam. Los “derechos humanos” y la “democracia” -son arietes- que justifican la intromisión y claro, aplastamiento de gobiernos, cuando no se pliegan a sus intereses. La “US AID” en forma de dólares ayuda a fomentar los valores del “Tío Sam”, siempre y cuando respondan a los intereses de las empresas y del gobierno de vecino del norte, hoy con un presidente políticamente correcto para imponer esa visión en la opinión pública, a diferencia del peligroso patán de Donald Trump. Pero en sustancia ambos representan dos caras de la misma moneda, bien respaldados por su músculo militar, económico y de inteligencia.
Ahí están los 130 millones de dólares anunciados para “apoyar” a los sindicatos mexicanos. Nadie puede pensar que será gratis, sin esperar nada a cambio.
Por otro lado, desde que llegó a la presidencia el señor Biden no ha dicho ni pío sobre la detención del fundador de Wikileaks en Londres, Julian Assange.
Es de imaginarse que el tema habrá sido abordado tras bambalinas durante su simpático encuentro con Boris Johson y la reina de Inglaterra en Carbis Bay. Eso sí, ninguno de los líderes allí presentes, a los que les gusta poner por delante los derechos humanos y la democracia como avanzadilla de las empresas transnacionales que financiaron sus campañas -y vender armas y sistemas de espionaje a los buenos sátrapas- mencionó el caso de Assange, prisionero por revelar esos crímenes de guerra que no deberían haber visto los ojos de millones de ciudadanos de todo el mundo cometidos en Irak o Afganistán.
Ustedes pueden imaginarse qué sucedería si en México el ejército mexicano volara un edificio donde tienen sus oficinas medios como la agencia estadounidense AP como ocurrió en Gaza en semanas recientes cuando el ejército israelí voló un edificio donde tenían su sede numerosos medios internacionales, como Al Jazeera y AP (Associated Press), entre otros.
Ese día, los periodistas fueron notificados pocos minutos antes del ataque para que salieran del edificio destruido hasta sus cimientos, prácticamente con lo puesto, con la posibilidad de llevarse a mala pena el equipo que pudieran agarrar con sus manos y salir, literalmente, corriendo.
Claro, tratándose del principal aliado en Medio Oriente y de la potencia militar nuclear de la región que recibe armas todos los años desde Estados Unidos, se pueden hacer excepciones y tamborilear los dedos en el Salón Oval como señal de fuerte protesta.
También se pueden cerrar los ojos si se despide a una periodista, de la principal agencia estadounidense, la AP, por antiguas publicaciones críticas de la actuación del gobierno israelí en los territorios ocupados.
Hablamos de la periodista estadounidense, Emily Wilder, despedida por sus críticas a “Israel” en días pasados.
Cabe recordar que posteriormente 100 periodistas de la misma AP publicaron una carta abierta denunciando la decisión de la agencia de despedir a Wilder por publicaciones en las redes sociales en las que criticaba a Israel y apoyaba a los palestinos.
Emily Wilder apenas había empezado a trabajar en la AP en el condado de Maricopa, Arizona, el 3 de mayo pasado cuando grupos conservadores (afines con el gobierno de Tel Aviv) dieron a conocer viejas publicaciones en las redes sociales de Emily que llamaron la atención de republicanos tan prominentes como el senador de Arkansas Tom Cotton. Posteriormente la AP despidió a Wilder.
Ya se sabe, el buen juez, por su casa comienza.