Eduardo Lliteras Sentíes .- Tras la victoria del hoy presidente Joe Biden se multiplicaron los comentarios exultantes de quienes en México veían llegar al presidente verde, por aquello de las llamadas energías limpias, aunque no lo son tanto.
Claro, entre todo ese entusiasmo -y denostaciones a la política energética del presidente López Obrador y su refinería- olvidaron detalles muy importantes de la responsabilidad estadounidense en el tema de la contaminación global y en el cambio climático.
Hablamos no es sólo el consumo per cápita de petróleo para sostener el american way of life (el estilo americano de vida) el responsable de que los Estados Unidos sean los mayores contaminantes del mundo -tomando en cuenta también el porcentaje de población estadounidense respecto a los habitantes del planeta- sino el consumo de petróleo y generación de contaminación de su maquinaria bélica. Es decir, el american way of war.
Como señala un reciente estudio publicado por la publicación estadounidense Quartz, “la huella de carbono del ejército estadounidense es enorme. Al igual que las cadenas de suministro corporativas, depende de una extensa red global de portacontenedores, camiones y aviones de carga para abastecer sus operaciones con todo, desde bombas hasta ayuda humanitaria y combustibles de hidrocarburos. Nuestro nuevo estudio calculó la contribución de esta vasta infraestructura al cambio climático”.
No olvidemos que estamos ante el ejército más grande del planeta y ante la nación que gasta más en armamento del mundo. Con centenares de bases militares alrededor del planeta, en todos los continentes, que se moviliza diariamente en operaciones de todo tipo, desde ataques militares, teatros de guerra, hasta las llamadas operaciones humanitarias. El mismo conglomerado militar industrial estadounidense, el que investiga y produce armas y todo tipo de vehículos y maquinaria de guerra, es de los más vastos del mundo y no cesa de crecer, como demuestra el conflicto desatado con Francia luego de que el gobierno estadounidense -al estilo de los piratas del Caribe- se robó un contrato con Australia para fabricar submarinos nucleares, lo que provocó una crisis diplomática con el Eliseo no vista inclusive desde Donald Trump.
Como señala Quartz, “la contabilidad de las emisiones de gases de efecto invernadero generalmente se centra en la cantidad de energía y combustible que utilizan los civiles. Pero el trabajo reciente, incluido el nuestro, muestra que el ejército de los Estados Unidos es uno de los mayores contaminadores de la historia, consume más combustibles líquidos y emite más gases que cambian el clima que la mayoría de los países de tamaño mediano. Si el ejército estadounidense fuera un país, su uso de combustible por sí solo lo convertiría en el 47º emisor más grande de gases de efecto invernadero en el mundo, ubicado entre Perú y Portugal”.
De ese tamaño es el tema. Claro, el gobierno estadounidense, el Pentágono, esconden las cifras contaminantes de su maquinaria bélica.
Como explica Quartz “no es una coincidencia que las emisiones militares estadounidenses tiendan a pasarse por alto en los estudios sobre el cambio climático. Es muy difícil obtener datos consistentes del Pentágono y de todos los departamentos gubernamentales de Estados Unidos. De hecho, el gobierno estadounidense insistió en una exención para informar sobre las emisiones militares en el Protocolo de Kioto de 1997. Esta laguna legal fue cerrada por el Acuerdo de París, pero con la administración Trump tras retirarse del acuerdo en 2020, esta laguna volvió. Y no sabemos si ya la canceló mister Biden.
Las misiones diarias de aprovisionamiento alrededor del globo, por ejemplo, para alimentar de combustible no sólo barcos, aviones, vehículos terrestres sino para alimentar a los cientos de miles de soldados desplegados en misiones y bases en otros países, forman parte de esa inmensa cantidad de gases de invernadero a cuenta de la potencia militar global estadounidense.
Pero además, aquí entra en juego la geopolítica de la tensión permanente con otros países, por ejemplo, con Rusia y China. Ejercicios militares conjuntos con las fuerzas armadas de otras naciones “aliadas” pero también la escalada militar que dicha geopolítica de la Casa Blanca favorece globalmente -en lugar de tender hacia el desarme y la disminución en la inversión en armas- acumula más gases de invernadero vía la escalada militarista y armamentista que favorece, incluidas las armas nucleares.
Poca difusión, por ejemplo, han tenido las manifestaciones frente a la base del ejército estadounidense de Yongsan en Seúl en las que ciudadanos coreanos denunciaron la severa contaminación causada por la base militar y en la exigieron responsabilizar a los Estados Unidos; asimismo pidieron que se reemplazara por completo la enorme base (2/3 del tamaño de Central Park de Nueva York, tan cantado en Mérida por cierto) por un nuevo parque ecológico.
Pero además de esa monstruosa masa de gases de invernadero que produce el ejército estadounidense, no hay que olvidar la contaminación del aire causada por las guerras desencadenadas con pretextos espurios. Como la desencadenada contra Afganistán o Irak, por cierto. En éstos días mucho escándalo se ha hecho por la irrupción de los talibanes en Kabul -luego de los acuerdos tras bambalinas con Washington- olvidando el deletéreo resultado de 20 años de ocupación militar y del lanzamiento de miles y miles de bombas, por no hablar de los cientos de miles de muertos y de las mutaciones genéticas producidas por dichos armamentos.
Desde la invasión lanzada por el impune ex presidente George W. Bush, se habló -y denunciamos- del uso de armamento desarrollado con uranio empobrecido. El resultado ha sido un enorme crecimiento en la cantidad de defectos de nacimiento y cánceres que se reportan en Irak y otras zonas de guerra, como confirman estudios. Uno de los cuales fue replicado por el diario británico The Guardian el que menciona que la exposición humana a metales pesados y neurotóxicos por la explosión de bombas, balas y otras municiones afecta no solo a aquellos directamente atacados por los bombardeos, sino también a las tropas y a las personas que viven cerca de las bases militares, según una investigación publicada en la revista científica Environmental Monitoring and Assessment.
Mozhgan Savabieasfahani, toxicólogo iraní y autor principal del informe, dijo que se encontraron niveles “alarmantes” de plomo en los dientes “de leche” o “deciduos” de los niños iraquíes con defectos de nacimiento, en comparación con dientes similares donados por niños libaneses e iraníes.
Pero claro, muchos se llenan la boca poniendo de ejemplo al presidente verde y su política de “energías limpias” en los Estados Unidos. Mientras tanto, se siguen preparando las guerras de mañana y operando a diario las guerras del estado permanente de guerra del que hablaba el escritor Gore Vidal. Es decir, el american way of war, o el estilo de vida de guerra permanente de los Estados Unidos.