Por Eduardo Lliteras Sentíes.- Ucrania es el granero de Europa. Ucrania tiene importantes yacimientos de uranio, tierras raras, manganeso, oro, gas y petróleo, entre otros muchos. Y claro, colinda con Rusia. Y su litoral marino en el Mar Negro, es estratégico, militar y comercialmente hablando. El puerto de Odesa, célebre por la revuelta del acorazado Potemkin y la película del cineasta soviético Sergei Eisenstein (El Acorazado Potemkin), se ubica en la bahía de Kalamita, compartiendo aguas con la península de Crimea y el puerto de Sebastopol, base de la flota rusa del Mar Negro.
Podríamos divagar acerca de las históricas imágenes de la célebre escalinata del puerto de Odesa, inmortalizadas por Eisenstein y replicadas por Hollywood en filmes posteriores como El Padrino o Los Intocables, para dar fuerza a la propaganda antizarista del cine soviético.
De cómo el 27 de junio de 1905, la tripulación del Potemkin, uno de los mejores acorazados de la flota rusa del mar Negro, se amotinó a causa de las penurias a las que se veían sometidos los miembros de su tripulación por la carestía y la crisis militar desatada por la guerra con Japón. Inspirando la revuelta en el puerto ucraniano. Pero el tema que nos ocupa es la escalada verbal y de movimientos militares en Europa empezando el año, por la reyerta entre Moscú y Washington -con sus peones europeos- por ese filón de riqueza y territorio estratégico que es Ucrania.
Algunos comentan que la historia de Ucrania ha estado ligada, desde tiempos de los zares, a Rusia y claro, después a la Unión Soviética. Lo cual es cierto, y que además existe una importante población que habla ruso o que se considera de origen ruso en suelo ucraniano. De hecho, según información oficial del censo del 2001, 14,273 millones de ciudadanos ucranianos tienen el ruso como lengua materna, representando el 29,6% de la población del país.
La región con mayor presencia de rusos o de personas que hablan ruso es, precisamente, la región de Donbas y la auto proclamada República de Donetsk, es decir, zona limítrofe con Rusia donde la guerra es un hecho desde al menos el 2015, fecha del golpe que echó a la calle al gobierno filo ruso de Víktor Yanukovich.
El señuelo del ingreso a la Unión Europea fue parte del movimiento que llevó al poder a un gobierno con claros nexos con fuerzas neo nazis. Y hoy sigue siendo parte de la zanahoria plantada frente a la población ucraniana que sueña con la integración en el club europeo, con todo y la decepción de importantes sectores de los habitantes de Polonia o Alemania del Este, por citar dos, con el proyecto europeísta, el que se encuentra en una severa crisis, de la que forma parte su falta de una política exterior y militar propias.
No en balde vemos en éstas horas en Kiev al primer ministro británico, Boris Johnson, líder antieuropeísta que llevó a la Gran Bretaña al Brexit y que hizo de la demagogia contra la Unión Europea, su forma de escalar al número 10 de Downing Street.
A la OTAN -Organización del Atlántico del Norte- organización militar bajo la férula de Washington, le viene muy bien la zanahoria del ingreso a la Unión Europea para movilizar a la población ucraniana en contra de Rusia y de Putin.
Quienes viven de la fabricación de armas, de su venta, y de las guerras, la escalada militarista en Ucrania, les viene aún mejor. Al conglomerado militar industrial estadounidense, el mayor del mundo, le viene de perlas, por supuesto. Y al gobierno del señor Joe Biden, tan deprimido al grado de que se habla de la posibilidad del retorno de Donald Trump, una crisis externa con Vladimir Putin, también le conviene para alejar los reflectores de la inflación y de su imagen débil, por ejemplo.
No cabe duda de que Putin también se beneficia de las tensiones con Occidente y de que el pulso entre Moscú y Washington también alimenta la propaganda filoeuropeísta tan alicaída en países como Polonia, cuyo gobierno ha desafiado abiertamente a Bruselas al rechazar la primacía del derecho comunitario sobre el nacional. Tema que desató una crisis política en el seno de la Unión Europea al cierre del 2021, luego de que el Tribunal Constitucional, en un veredicto agresivo, dictaminó que varios artículos de los tratados de la Unión Europea son inconstitucionales en su país, una decisión que equivale a una declaración de guerra jurídica contra uno de los pilares fundamentales de la Unión Europea: la primacía del derecho comunitario sobre el nacional. El fantasma del Polexit comenzó a recorrer las capitales europeas, a pesar de los desmentidos del gobierno de Varsovia.
Y ahora, precisamente, el primero en pie de guerra contra Rusia, es el gobierno de Polonia, que lanza amenazas de retorsiones contra Moscú.
En ésta crisis, no han faltado las críticas al gobierno alemán, muy cauto y lejano de la retórica militarista británica o estadounidense. La dependencia del gas ruso, es la razón, señalan. Y efectivamente, el tema energético no puede perderse de vista en ésta crisis que ha significado la entrega de armas a Ucrania, el envío de tropas -para entrenamiento del ejército ucraniano- por parte de varios miembros de la OTAN, con la justificación de la presencia de 100 mil soldados rusos en su territorio, es decir, en la frontera con Ucrania.
El gobierno estadounidense insiste en que Moscú se apresta a invadir Ucrania. Y con esa justificación ya plantaron armas y soldados de la OTAN en Ucrania, mientras la Unión Europea sigue enviando fondos en euros -1200 millones se anunció recientemente- al gobierno de Kiev.
De lejos, Pekín observa el tablero de ajedrez, con su ejército presto a movilizarse en Taiwán, donde Washington también presiona al eje sino-ruso.
El deja vu con la crisis de los misiles en Cuba en octubre de 1962, y su “feliz desenlace” que evitó una guerra nuclear, debería recordarnos que pendemos sobre un hilo muy débil, en éste peligroso juego entre potencias que surgen y potencias que se niegan a perder espacios de dominio global. Y yo me pregunto, ¿qué hace México en el Consejo de Seguridad? Claramente la propuesta presidencial “del Estado Mundial de Fraternidad y Bienestar”, en éstos momentos, se antoja, por lo menos, ridícula.
Por lo pronto, las promesas de los líderes mundiales de combatir el cambio climático, quedaron en el olvido: la industria de guerra y los ejércitos, los más contaminantes del planeta, tienen la primacía y ruedan hacia un callejón sin salida. Con las justificaciones que sean. Incluida la “democracia”.