Redacción / Foto vía vídeo de 7NEWS Sydney.- Eduardo Lliteras Senties.- Marina Ovsianikova, redactora rusa del noticiero Vremya del Canal 1 público en Rusia, irrumpió en la transmisión en vivo con una cartulina en la que decía, según las traducciones disponibles: “No creas, te están mintiendo aquí”. “¡Alto a la guerra!”, gritó también. Fue detenida después e interrogada por casi todo un día y después liberada, por la policía moscovita y el FSB, la policía política rusa.
De inmediato las Naciones Unidas y el gobierno francés, entre otros, alzaron la voz para defenderla, exigiendo fuera liberada y que no hubiera represalias. Faltaba más.
Sin embargo, los medios occidentales que se han hecho eco de inmediato de su detención y esos mismos gobiernos que exigen su liberación, no han mostrado interés alguno por la detención del periodista español, Pablo González, detenido por los servicios secretos polacos (ABW) en Varsovia. La historia de Pablo es muy grave. Estaba en Ucrania trabajando al inicio del conflicto, cuando fue interrogado por los servicios secretos ucranianos, el SBU. Mientras tanto, en España, el CNI -servicio secreto español- cayó en su casa, para interrogar a su familia. Temiéndose lo peor regresó a España y luego viajó a Polonia, supuestamente terreno de esa democracia, y valores que, según el presidente Ucraniano y las potencias occidentales, Rusia ha puesto en peligro.
En Varsovia, en un operativo digno de una película de espionaje, fue detenido y trasladado a prisión a media noche por fuerzas especiales del espionaje polaco, el ABW. Lleva 14 días detenido. Incomunicado, sin posibilidad de hablar con sus familiares y abogados, hasta el momento de escribir las presentes líneas.
Lo acusan de espiar para los rusos, por aquello de que habla ruso, tiene dos pasaportes -ya que tiene la doble nacionalidad, rusa y española- y llevaba dinero en efectivo, cosa nada anormal si viajas a una zona en conflicto, en guerra.
El caso de Pablo se suma al de Julian Assange, también encarcelado en Europa, en éste caso en Reino Unido (desde 2019 tras permanecer recluido en la embajada de Ecuador desde 2012), y caso del que hemos hablado en otros artículos. La potencia señera de la democracia global (los Estados Unidos) exige que el gobierno británico -otra de las naciones que exportan democracia a punta de bombas e intervenciones militares- lo envíe a su territorio por filtrar información clasificada militar y de crímenes de guerra en Irak y Afganistán.
Mientras tanto la ruso fobia, alimentada por los medios del mundo democrático occidental, llega a niveles de paranoia y distópicos propios de un mundo orwelliano.
Algunos ejemplos. Un militar, con todo y una metralleta, participa en un plató en España donde el tema central es la invasión rusa de Ucrania. El militar llama a matar más rusos, una y otra vez, en el frente, se entiende, aunque algunos se lo toman muy en serio y han comenzado a agredir a quien tenga un apellido semejante al de Dostoievsky, Pushkin o Rachmaninoff. No hay posibilidad de razonar sobre algo que no sea la tercera guerra mundial y el lanzamiento de misiles. Todo con la justificación de los valores que el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha enarbolado ante los parlamentos de los países europeos y de Estados Unidos, en éstos días, entre arengas a implicarse militarmente en el conflicto de forma directa, aunque ello suponga la tercera guerra mundial.
Una portada del diario italiano La Stampa, del día 14 de marzo es impresionante: “Carneficina” (“Carnicería”) dice el titular a ocho columnas sobre la foto de una calle ucraniana sembrada de cadáveres y de un hombre anciano que se lleva las manos a la cara, tapándosela. El problema es que la foto corresponde a la ciudad de Donesk, bombardeada por el ejército ucraniano, hace pocos días. Sí, se trata de una ciudad a mayoría rusa que padece los bombardeos y la guerra del gobierno de Kiev -y de sus milicias neo nazis- desde hace 8 años, con un balance de 14 mil muertos. Guerra utilizada por Putin para justificar su guerra en Ucrania.
Mientras tanto, entre el ruido ensordecedor de las bombas en Ucrania -con sus ya más de 2000 muertos civiles incluidos niños, según la ONU- los llamados a que la OTAN intervenga, al menos con la fuerza aérea, no han cesado en las últimas semanas. Con lo que ello supondría, es decir, una guerra entre sus miembros y Rusia, país que prosigue con su invasión –“operación especial”, le llama el gobierno de Vladimir Putin- en medio de una andanada no vista de sanciones económicas que muestran que la estrategia y el objetivo occidental en realidad es aniquilar al régimen ruso, provocando, según esperan, una insurrección popular. El envío masivo de armas y “ayuda” por cientos de millones de dólares y euros a Ucrania, se ha vendido como el financiamiento y aprovisionamiento de la insurrección de un pueblo contra el ruso invasor, como si se tratara de los partisanos y de la Segunda Guerra Mundial contra Hitler. Lo cual es falso.
De hecho, la propaganda ha llamado al pueblo ucraniano al levantamiento popular armado en total desventaja contra un ejército regular, el ruso, e incluso se ha llamado a todos los que quieran participar en las fuerzas auxiliares o mercenarias en Ucrania alrededor del globo. El objetivo, empantanar al ejército ruso, al costo de la muerte de miles de civiles ucranianos y de la destrucción de sus ciudades. Ese es el sacrificio que exige occidente a cambio de la promesa de algún día, quizá, formar parte de la Unión Europea y de la OTAN, aunque ahora el presidente ucraniano diga que ya entendió que no van a ser miembros de esa organización militar de post guerra.
Ucrania, han decidido las potencias del globo, es el terreno donde se debe trazar la frontera del autodenominado “mundo libre” y la potencia china en ascenso y su aliado ruso, tildadas de ser las fuerzas del mal. La fractura debe ser suficiente grande como para alimentar en el imaginario colectivo la necesidad de rearmarse hasta los dientes -los países de la Unión Europea aceptan no sólo formar un ejército europeo, sino aumentar los presupuestos destinados a armarse como exigía Donald Trump, por cierto-. Alemania, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, anuncia un presupuesto millonario -cien mil millones de euros- para construir un temible ejército teutón.
El sector de la industria militar europea y del complejo militar industrial estadounidense están de plácemes, se soban las manos. Los negocios venideros prometen ser jugosos en un mundo dividido y enfrentado, con los cadáveres de civiles en aquellos territorios escogidos como campo de batalla de las potencias militares y económicas (guerras proxy) que se pelean por los recursos naturales, los mercados y las líneas de aprovisionamiento. Así como por la supremacía del dólar como moneda de reserva internacional. Como señala la ex soldado, ex congresista y ex candidata presidencial estadounidense, Tulsi Gabbar tras ser víctima de censura en redes sociales: YouTube/Google están ofendidos por mis críticas al Complejo Militar Industrial y mi defensa de un acuerdo negociado en Ucrania, porque son el brazo de las redes sociales de ese poder belicista. Tulsi dijo también que el gobierno de Joe Biden quiere convertir a Ucrania en otro Afganistán.
Por lo pronto, las editoriales rusas fueron vetadas en la feria del libro de Guadalajara. Y a pesar de que la universidad italiana (la Università Milano-Bicocca) anunció que dio marcha atrás a su intención de cancelar un curso ya programado sobre Dostoievski, la Orquesta Filarmónica de Cardiff decidió cancelar la Obertura 1812 de Chaikovski (evocación, como es sabido, de la resistencia rusa frente a las tropas de Napoleón) del concierto que iba a ofrecer el próximo 18 de marzo en el St. David’s Hall dentro de su ciclo “Classics for All”. En su lugar, interpretarán la pieza de John Williams para la película Cowboys, la Sinfonía nº 8 de Dvorák y las Variaciones Enigma de Elgar.
La cultura, ya se sabe, puede crear puentes entre los pueblos, y en éstos momentos, de lo que se trata es de volar todos los puentes disponibles a través de un macartismo redivivo. El nuevo orden mundial está naciendo, entre dolores del parto y la posibilidad, nada remota, de que terminemos todos aniquilados.